La desigualdad y la concentración de la riqueza son
viejos males que de manera estructural han afectado a las sociedades y a los
seres humanos, en mayor o menor medida, en todos los tiempos.
La extrema concentración de la riqueza, que se ha
dado en las tres últimas décadas, pone en peligro el crecimiento económico de
muchos países. Así como también, la reducción de la pobreza, afectando la
estabilidad social. Pero, además, conlleva
una amenaza para la vigencia de la democracia y la seguridad mundial.
Una de las demandas más sentidas, en los últimos tiempos, es lograr un crecimiento más inclusivo que el
que se vivió en el pasado. Sabiendo que el crecimiento
inclusivo del que habla la sociedad civil mundial significa no sólo reducir
los indicadores de desigualdad en él ingreso sino también el orientar la
política económica hacia los intereses del conjunto de la población. Y también
establecer limitaciones y contrapesos a los poderosos, vía la generación de instituciones
y procesos de control político y social que sean capaces de representar adecuadamente
y hacer prevalecer el interés de la mayoría en la construcción del bien común.
El punto de partida de este crecimiento
inclusivo está signado por la necesidad de reconocer que el modelo de
desarrollo de los últimos veinticinco años ha generado inequidades ética y
políticamente inaceptables. Propugnar hoy que el mercado es el mejor
distribuidor de recursos es algo que no podemos seguir aceptando, en la medida
que el exacerbar el rol que el mercado debe jugar en la economía sólo ha
servido para concentrar la riqueza en cada vez más pocas manos.
Un informe de OXFAM Internacional[2]
nos dice que:
v Casi la
mitad de la riqueza mundial está en manos de sólo el 1% de la población.
v La
riqueza del 1% de la población más rica del mundo asciende a 110 billones de
dólares, una cifra 65 veces mayor que el total de la riqueza que posee la mitad
más pobre de la población mundial.
v La mitad
más pobre de la población mundial posee la misma riqueza que las 85 personas
más ricas del mundo.
v Siete de
cada diez personas viven en países donde la desigualdad económica ha aumentado
en los últimos 30 años.
v El 1% más
rico de la población ha visto cómo se incrementaba su participación en la renta
entre 1980 y 2012 en 24 de los 26 países de los que tenemos datos.
v En
Estados Unidos, el 1% más rico ha acumulado el 95% del crecimiento total
posterior a la crisis desde 2009, mientras que el 90% más pobre de la población
se ha empobrecido aún más.
¿Que ha generado la concentración de la riqueza?
Esta
excesiva concentración de riqueza hace que las personas estén separadas cada
vez más, habiendo construido un mundo de relaciones y realidades donde hay unos – los poderosos – y, otros, los más, aquellos que a pesar de su
esfuerzo tienen poco, tan poco que tienen problemas para alimentarse, cuidar su
salud, tener vivienda y carecen de medios adecuados para desarrollar sus
capacidades y tener oportunidades; en suma, para tener una vida digna.
¿Qué Hacer?
Superar
esta situación es, hoy, un imperativo. Creemos
que el primer acento que debemos poner para mitigar la desigualdad es ser
conscientes – ciudadanas, ciudadanos y políticos- que una distribución
inequitativa de la riqueza transforma el accionar de las instituciones, quienes
terminan propugnando leyes y políticas que favorecen, en mayor medida, a los
poderosos.
Es
necesario, entonces, que las instituciones y el control social construyan los
pesos y contrapesos necesarios para escuchar y poner por delante el bien común,
en la medida que, de no ser así, se seguirá poniendo en tela de juicio el
ejercicio de derechos por parte de los que menos tienen.
Los
Estados deben estar al servicio de los ciudadanos, generar oportunidades y
capacidades para todas y todos y no sólo para unos pocos. Al mismo tiempo deben
generar espacios de participación y representación política que no tengan a la
base el “cuanto tienes, cuánto exiges y que recibes”.
Corregir
la falta de equidad en las cargas impositivas, en la medida que hoy más aporta
el que menos tiene es un elemento sustantivo para disminuir desigualdades. No
es desconocido que los ingresos de los Estados se nutren más de impuestos
indirectos (pagados por todas y todos los ciudadanos) y menos de impuestos
directos, aquellos que vienen de la producción y renta de los que tienen poder
económico.
Mejorar
las condiciones y calidad de los empleos, al tiempo que los salarios de los
trabajadores, y los mecanismos de protección social, son medidas claves si
queremos reducir la desigualdad existente.
Regular
el Mercado y vigilar las inversiones, propiciando generación de riqueza sin
abusos ni monopolios de ningún tipo.
Impedir
la especulación, en la medida que son los ciudadanos que no invierten, que son
la mayoría, quienes pagan el costo de estos desbalances.
Recuperar
el balance entre los derechos, la equidad y las decisiones políticas será
fundamental para poder mitigar el que hoy el 70% de las personas en el mundo vivan
y trabajen en países donde la desigualdad económica ha aumentado en los últimos
30 años, a niveles que son ética y políticamente inaceptables.
La libertad, el progreso y los derechos
no pueden ser restringidos o reservados sólo para quién tiene dinero. Todas y
todos somos libres, sujetos de derechos y tenemos capacidad para tomar
decisiones.
No se puede en la realidad actual
construir progreso para “unos” – los poderosos - y retroceso para “otros” – los que se
encuentran en situación de pobreza - más si los denominados como “otros” son la
mayoría.
Mitigar la desigualdad, entonces, no
sólo será acabar con viejos males sino que significará construir nuevas
realidades para todas y todos.